En la sala de redacción coincidimos muchos. El domingo 14 de enero salió la última edición de un diario que ha jugado un rol sustancial en la historia y el devenir de Piura, portada a portada.
Por Raquel Ramos. 15 enero, 2024.Cualquier investigación histórica que se haga sobre la región requerirá la consulta de las páginas del diario El Tiempo, como fuente, por el valor de sus fotografías y de sus relatos periodísticos a lo largo de más de 100 años.
Por la sala de redacción de El Tiempo hemos pasado cientos de profesionales que, en algún momento, abrazamos al periodismo como una parte importante de nuestra historia personal y profesional. Conocí el periódico un verano, allá por enero de 1995 –aunque repetí la experiencia un año después–, cuando llegué en calidad de practicante. Aún conservo los certificados emitidos por Luz María Helguero, su entonces directora. Ese último lustro del siglo era un momento de tránsito, quizá de cuando se pasaba de las máquinas de escribir eléctricas a los ordenadores. Estábamos en el umbral de la gran transformación que viviría la profesión. El inicio de una gran convergencia.
A este medio le debo esa primera experiencia de recibir un cheque con una pequeña remuneración por el trabajo de verano. Las vivencias fueron muchas: viajar sobre una carreta tirada por un burro, junto al fotógrafo Gerardo García, para salir de un pueblito de frontera, después de hablar con los familiares de un soldado muerto en el conflicto con Ecuador, o recibir –en la redacción del diario– a alguien que buscaba ser escuchado o simplemente disfrutar de una fiesta por el aniversario del medio con todos los periodistas. Hasta un considerable accidente de carretera viví.
Muchas generaciones de profesionales le debemos a este diario parte de nuestra formación, como complemento de la recibida en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Piura.
En su sala de redacción supimos lo que era una comisión anotada en una pizarra, acercarse a las fuentes, poner un titular, regocijarse por una nota publicada o vivir la decepción de ver mutilado un texto porque ingresaba publicidad; conversar con otros periodistas, tener iniciativa para proponer una historia, trabajar con una hora de cierre, profundizar en el archivo que, por entonces, amablemente dirigía Manuela Mejía. O, pasar por el estrés de saber si el texto era digno o no de publicarse, bajo el ojo crítico –casi receloso– de Jaime Marroquín… o de Rosa Labán. Con ambos supimos lo que era escribir bajo el análisis y el consejo de un jefe de redacción.
Allí, en la sala de redacción, nos conocimos muchos. Hoy escribo sobre estos recuerdos a modo de agradecimiento a don Víctor Helguero (e.p.d.), tan pendiente de los devenires de la redacción; a Luz María Helguero, amable, cercana y muy involucrada con el trabajo; y a todos los periodistas que tuvieron la paciencia de acogernos como José Neyra, Irina Mauricio, Arturo Galarza, Luis Lévano, la gran Teo Zavala, Ana Sofía Zegarra, Margarita Rosa Vega, Alina Antón, Luz María Ruiz, Manuel Cielo, Práxedes Queneche, Lucas Jiménez, Juan Mogollón, July Alvarado, Luscor, Jorge Romero, Genaro Guerrero, Carlos Carrasco (e.p.d.), Arnulfo Seminario, al gráfico Luis Chong (e.p.d.), entre muchos otros. No puedo evitar mencionarlos, aunque son más los que dejo sin nombrar, especialmente los de las generaciones posteriores.
A todos los que han hecho posible el trabajo en El Tiempo hasta ayer, muchas gracias. El trabajo informativo sigue y seguirá siendo fundamental para la vida democrática de un país. Se ha cerrado un tiempo, y se abre otro –no hay duda– más retador y desafiante. Es verdad, el periodismo ha mudado de lenguajes, plataformas, y aunque han mudado las rutinas, los géneros, su esencia –la de calidad– sigue siendo la misma: abrazar la verdad por encima de cualquier cosa. Desde la Facultad de Comunicación de la Universidad de Piura saludamos la acogida que dieron a todos los estudiantes que, a lo largo de cinco décadas, buscamos en su sala de redacción complementar nuestra formación en periodismo.